Es
el precio diario en euros que nuestros representantes territoriales han puesto
a la posibilidad de entenderse con sus colegas de aquellas comunidades autónomas
en las que el castellano es lengua cooficial. Es curioso que el 00 signifique
en el argot lotero la muerte. Curiosa coincidencia no exenta de valor poético. La
representación democrática agoniza de sentido común –lo que como mínimo se le exige
a un representante del pueblo-, para crecer en sentido oligárquico, sentido de
casta de aquellos que se creen diferentes porque hace tiempo consideraron lo público
su negocio privado. Hace poco ya nos daban otro aviso más vergonzoso si cabe: ellos defendían, porque eran distintos, poder jubilarse a los sesenta
y cinco, al tiempo que pretendían persuadirnos de que en virtud del interés público
y del futuro de la organización de la solidaridad, el resto de los currantes
nos jubilemos a los sesenta y siete. La desvergüenza no tiene ya tapujos. No se
trata de delito, no. No se apropian indebidamente de nada material, pero sí pretenden
capitalizar el sentido de lo público con su interpretación oligárquica de los derechos
sociales. Me preocupa, como a muchos, que ocurra aquí y ahora. Pero me preocupa
más entender cómo hemos llegado hasta aquí. ¿Cómo en tan sólo treinta y cinco años
hemos perdido el espíritu de nuestra transición: aquel que presidió la lucha contra
la peor oligarquía de nuestra historia reciente? ¿Cómo hemos perdido ese olfato
para detectar el interés privado detrás del discurso del interés público? ¿Será
porque hemos confiado a otros lo que debemos cuidar por nosotros mismos: el valor
de nuestro trabajo y el sentido de nuestro destino?
23 enero 2011
14 enero 2011
Cine y resistencia
No
recuerdo haberme emocionado tanto con una película. Quizá la edad me hace de
lágrima fácil. Me consuela que la gente de mi alrededor me dejara esa noche sin
pañuelos. Y es que el cine tiene el poder de desarmarte por muy pertrechado que
vayas de defensas. Es uno de los más potentes catalizadores de las emociones.
No deja nada en su sitio. Es tan adictivo como la lectura. Se te pegan las
lentejas, se te hierve el café, te abandona tu pareja, pero tú sigues leyendo,
o desapareciendo para perderte en la cartelera.
También la lluvia de Icíar Bollaín me tiene aun trastornado. Su manera
de hacernos imaginar el daño que produjo sobre algunas poblaciones indígenas americanas y sobre el pueblo bolivariano el deseo de dominación, la ambición de
imperio del dogma religioso y del dinero, te pone de golpe en medio de la barbarie; sintiéndola en la piel, calándote hasta comprender
que sólo resistiéndose a ella, allá donde se materialice, puede
devolverles la dignidad a aquellos que sin saberlo abrieron vías para un mundo
más humano, menos malo. ¡Claro que esto es apenas un comentario! ¡Nada comparable
con la experiencia de verla!
12 enero 2011
La posibilidad de salvarnos

02 enero 2011
Darse a la invención
Soy
poco creyente. Es decir nada. Verdad es que no me he visto al borde de la
muerte donde al parecer las más firmes creencias suelen tambalearse. Cuentan
que el temor a convertirse en polvo, que debe ser lo más cercano a la nada, empuja
a los moribundos a entonar en esta parte de occidente el “yo pecador”. Pero
estas fechas hablan de natalicios no de entierros. Es inevitable darse a la
invención de que nos nazca un mejor año, semestre, trimestre, semana… no sé,
pierdo las cuentas. Precisamente lo que nunca he conseguido cuadrar porque se
me ha hecho imposible comprender la forma de los sucesos y la velocidad a la
que se precipitan. Los más evidentes, claro, los económicos. ¿Será porque están
hechos de la volátil mezcla de ilusión –poseer todo, incluida la vida eterna- y
pasión: alcanzarlo a cualquier precio, incluida la autodestrucción?
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