14 enero 2011

Cine y resistencia


No recuerdo haberme emocionado tanto con una película. Quizá la edad me hace de lágrima fácil. Me consuela que la gente de mi alrededor me dejara esa noche sin pañuelos. Y es que el cine tiene el poder de desarmarte por muy pertrechado que vayas de defensas. Es uno de los más potentes catalizadores de las emociones. No deja nada en su sitio. Es tan adictivo como la lectura. Se te pegan las lentejas, se te hierve el café, te abandona tu pareja, pero tú sigues leyendo, o desapareciendo para perderte en la cartelera.
También la lluvia de Icíar Bollaín me tiene aun trastornado. Su manera de hacernos imaginar el daño que produjo sobre algunas poblaciones indígenas americanas y sobre el pueblo bolivariano el deseo de dominación, la ambición de imperio del dogma religioso y del dinero, te pone de golpe en medio de la barbarie; sintiéndola en la piel, calándote hasta comprender que sólo resistiéndose a ella, allá donde se materialice, puede devolverles la dignidad a aquellos que sin saberlo abrieron vías para un mundo más humano, menos malo. ¡Claro que esto es apenas un comentario! ¡Nada comparable con la experiencia de verla!

1 comentario:

  1. Si, es cierto que una película nos puede hacer llorar como un libro también y con contarlo no transmitirías el sentimiento, que haría falta sentirlo.E intentaré ver esa para saber cómo es.

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