Te
necesito. Necesito tu capacidad de inmolarte, aunque sea a la vista de los más
tentadores paraísos, sin que un músculo de tu cara lo exprese.
A los que
frecuentan la serie de la calle Madison no tengo que explicarles nada (seguro
que son los únicos que me leen). Pero a mis amigos Al y CG, descubridores y
críticos de la serie televisiva no hace falta agradecerles lo que les debo.
Religión secular dicen los franceses, amistad sin mariconadas, diríamos los
ibéricos. Hay, sin embargo, una versión más dolida de Draper a lo “femme
fatale” o “enfant terrible” (¿acaso no significan ya lo mismo?: nuestro
burniniano: “¿qué hace una chica-o como tú en un sitio como éste? La sociedad
que nos invita a transgredir fronteras porque nos dice que nuestro hogar es la
tierra es la misma que nos condena cuando ponemos un pie más allá del sitio al
que secretamente nos han confinado. No se han marchado los viejos papeles. Se
han travestido, incluso patentado. Esto es un juego: juega o sal de la partida. Draper,
¿serás igual de imponente después de descubrirnos tu dolor?
El dolor de Don Draper nos iguala, no a él con nosotros sino a nosotros con él. ¿podremos ser como Draper? Lo confieso, lo ambiciono. Al menos ya sé que siente dolor y que en ocasiones puede sucumbir a él, incluso necesitar a alguien. No, la soledad de Draper nunca fue cierta.
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